París fue testigo de una hazaña inolvidable. A los 39 años, Horacio Zeballos rompió todos los pronósticos y se consagró campeón de dobles en Roland Garros junto al español Marcel Granollers. La dupla se impuso en una final electrizante por 6-0, 6-7(5) y 7-5 ante los británicos Joe Salisbury y Neal Skupski, y alcanzó su primer título de Grand Slam tras tres intentos fallidos.

El inicio fue un huracán: Zeballos y Granollers arrasaron con un 6-0 que pasará a la historia, ya que nunca antes una final de dobles en París había comenzado con semejante paliza. Pero los británicos no se rindieron. Reaccionaron, forzaron un tie-break en el segundo set y lo ganaron con autoridad, sembrando dudas y aumentando el suspenso.

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En el tercero, todo fue tensión. Errores, nervios y puntos eternos marcaron la definición. Granollers tuvo altibajos, pero fue Zeballos quien sostuvo la pareja con sangre fría y experiencia. El quiebre llegó en el cierre, con el marcador 5-5, y allí el argentino mostró por qué su carrera es sinónimo de perseverancia. Con un juego firme y decidido, sellaron el 7-5 final que desató la locura en el Court Philippe Chatrier.

Con el trofeo en mano, Zeballos no ocultó la emoción: “Jugué dos veces en esta cancha. Una en 2010 contra Rafa (Nadal), ustedes seguro se imaginan cómo terminó eso, él ganó, obviamente, y hoy. Imagínense lo hermoso que serán las palabras para mis hijos cuando les cuente los hermosos momentos que pasé en esta cancha. Muchas gracias, me llevo uno de los mejores momentos de mi carrera. Gracias a toda mi familia y amigos en Argentina, la gente que me apoya cada día. Nos vemos el año que viene y vamos”.

El marplatense entra así en la historia grande del tenis argentino como el primer jugador nacional en ganar el dobles masculino en Roland Garros desde que lo hiciera Luis Lobo, aunque desde el banco de entrenador. Esta vez, el trofeo se levanta desde la cancha, con raqueta en mano, luego de una vida dedicada al tenis.

Zeballos no solo ganó un Grand Slam: ganó el respeto eterno de los fanáticos y la emoción de todo un país. Su título en París es un símbolo de que nunca es tarde para tocar la gloria.